LA VIDA INGENUA

Quizás sea por la tentadora pureza que la candidez otorga -o por la salvación que promete la
inocencia- que una de las formas más populares y sencillas de apoyarse en este mundo sea
ingenuamente.

En cada semblante de ingenuidad se salva un adulto como niño original, un niño anterior a
todo despertar, oníricamente indeterminado, ambiguo por lo tanto y sediento de un futuro
que “siempre” no ha alcanzado aún.

Freud lo decía tan claro… al final, los dos grandes problemas de la vida humana -los que
generan mayor conflicto y tensión interna- son el sexo y la muerte.

Si en estos casos, el falso control del tiempo es crucial de cara a la muerte –falso control que
configura tras ese “siempre” el engaño de un tiempo que no pasa -, la resolución cándida del
erotismo es de igual modo decisiva en cuanto al sexo, ya que si bien es cierto que sentirse
inocente se vuelve la mejor manera de evitar los conflictos internos, también es cierto que
este semblante elude la más atractiva de todas las firmezas, esa que requiere la asunción
valerosa del goce y del deseo ante el vértigo tajante de un erotismo adulto. Nada extraño
resulta cuando entonces, la más honda sensación de “cobardía moral” se cuela por las
rendijas de la realidad, Dante diría que eso es la pereza: el pecado de los faltos de acción y
valentía: no por nada los ubicó en el Purgatorio, ya que no logran ganarse ni el cielo ni el
infierno.

Así, al síntoma permanente de solapada tristeza y enterrada amargura proveniente de un
erotismo que no termina nunca de agarrarse con coraje y decisión, se le suman los rasgos de
un carácter medroso, que poco a poco se solidifica –entre excesivas gracias y bondades- como
los de alguien ostensiblemente “lento y poco original”.

Silvia Cossio Alexandre – Psicoanalista

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