SOLEDAD Nadie logrará nunca vivir imperturbable. De hecho, uno de...
Leer másPodría decirse que lo primero que se pierde con la angustia, es el aura singular.
Si el aura de una persona es la expresión irrepetible de su lejanía respecto del objeto de sus propias pulsiones, la angustia es la expresión insoportable de su yuxtaposición, cuando la materia indecible de sus verdades se le vino toda encima.
Hasta la “sensación de belleza” remite al hecho de que un sujeto pueda mantenerse a una distancia óptima de sí mismo, asegurando sus pulsiones sobre base mítica de sus verdades, y por eso, nada raro resulta que la angustia se perciba casi siempre, como un sentimiento feo.
Lacan señaló que la angustia es un “afecto”, por lo tanto: una respuesta de orden subjetivo a la incidencia de lo simbólico en el organismo. Pero esa incidencia a la que un sujeto remite cuando se angustia, no se produjo a la altura del pensamiento, del juicio, de la razón o del sueño, sino mucho antes, a la altura de la primitiva vinculación entre el aspecto más técnico de nuestro organismo y las huellas del baño de lenguaje recibido al nacer, ese baño destinado a nominar nuestras primeras necesidades con el solo objeto del auxilio.
El punto es que cuando se desencadenó la angustia, algo se ante/puso, dejando sin efecto nuestros velos.
Basta con mirar de cerca un término que nos resulta significante para notar de cuán lejos nos mira y para captar entonces que el velo de lo simbólico flamea desde hace tanto tiempo en el fondo de nuestra realidad que lo real se ha vuelto casi imperceptible.
En la angustia pueden distinguirse dos grandes niveles: uno el de la angustia que se comporta como una señal de peligro, donde la otra escena -la de la significación- se sostiene todavía; el otro, el de la angustia que apenas con/suena con el significante de la orfandad, donde es inminente de la otra escena su abolición, y con ello la desaparición de toda significación.
Por ello, muy distintas son la sensación de “desvalimiento” y la de “desamparo”. El desvalimiento es del “yo” cuando un sujeto nota que su “yo” se encuentra desvalido para afrontar una determinada sobrecarga de estímulos. El desamparo es de la subjetividad entera, cuando nota que el campo sobre el cual se instituye, en realidad, no existe. Esa la angustia del fatamorgana, cuando la Otra escena se revela en su absoluta inconsistencia y cuyo corolario implica que en el fondo, siempre hay un punto donde hay que arreglárselas, solo.
MÁS VALE MALO CONOCIDO, QUE BUENO POR CONOCER… La realidad...
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