¿Ha Menguado el Calor de Pareja?

Sería muy raro que una pareja mínimamente consolidada no sintiera, en algún momento de su historia, que ha menguado el calor de sus cosas o que deben remontar a diario el inmenso trabajo que implica superar sus resistencias secretas.

 

Si el amor es, como lo afirma Lacan, “dar lo que no se tiene a quien no lo es”, entonces ¿cómo se hace para estar felizmente en pareja?

No hay programa. Sin embargo, en una pareja amorosamente sexual, el sexo es puntual aunque esté en otro plano. El plano del sexo es uno donde la “relación” sexual que se espera no existe. En realidad, cualquier clase de “relación” depende de algún tipo de amor y no de sexo. Siendo el amor y el sexo dos condiciones antagónicas ineludibles, se hace imperioso aceptar el pliegue implicado en una pareja que aloja ambas incidencias, porque entonces una pareja es algo dividido en dos planos. Si en un plano, el amor hace la relación sexual que en realidad no hay, en el otro, el goce sexual de pareja, uno de los más subversivos goces que puedan experimentarse, cava la profundidad de esa relación. El asunto es que este tipo específico de goce habilita el erótico abismo entre dos cuerpos que, implacablemente discontinuos, insisten en estar juntos. Una pareja amorosamente sexual late al ritmo de su goce y el goce es siempre una experiencia de tensión. Dadas así las cosas, no es difícil asumir que la economía erótica de una pareja es de las más volátiles que existen porque está atada a los índices de un vínculo amoroso que varía con el tiempo. Si amante es aquel a quien le hace falta alguien, y deseante es quien le hace falta algo, el “te amo para siempre” –para colmo– es un enlace de modo y no de tiempo, que se anuda a nivel absoluto. Ya que el don del amor paga por la deuda en la que queda quien ama, no es de extrañar que innumerables síntomas salten al acecho cuando el amor no es recíproco o cuando el sexo anda mal.

Una pareja no tiene ninguna posibilidad de arrojar luz sobre ella sin que cada uno de sus integrantes domine antes lo que –reflejado en el espacio que habita entre ellos– los aterra. Ese espacio mudo y sin reflejo alguno es la verdad de cualquier pareja de seres discontinuos.

Hablar al borde de ese abismo puede ser razón de espanto, pero cuando dos personas insisten en estar juntas, desde una atracción que ni los obliga ni los ata realmente, comienzan a desplegar casi sin remedio las fuerzas seductoras que podrían reunirlos.

El psicoanálisis de pareja no es para todo el mundo, solo para quienes están dispuestos a superar su vértigo.