Cuando algo se dice un pliegue mariposea, y si bien es compresible que las mariposas quieran volar tanto como los pliegues desplegarse, ningún despliegue del decir, ningún “dicho” –por más organizado que sea- se compara con la asombrosa potencia de “un decir”. Aunque los dichos, no son poco importantes, sobre todo cuando mantienen con su decir una amistad conveniente, y provechosa.
Decir, es otra cosa que hablar.
Al hablar, los dichos se esclavizan –incluso sin notarlo- se someten a un vuelo dirigido, no son libres no… ciertamente se despliegan pero bajo la tutela de un amo que los organiza y ciñe en un discurso, un amo cuyo ojo engorda el ser allí.
Ningún sujeto podría sentirse representado -por lo que dice cuando habla- si esto no ocurriera.
Hay una maqueta detrás de los dichos, una que divide al sujeto que habla porque con/lleva algo más…
El decir es siempre en su acto, por lo que para poder darle rienda al propio decir es necesario un marco apropiado a él, más luego, lo que se diga es corte, ya que, por el sólo hecho de decir,
algo podrá acabar y algo habrá de comenzar, apareciendo -entonces y sólo así- algo de otro
orden, algo distinto a la cadena asociativa de las palabras. A sí mismo, es de notar que cuando alguien habla dice más de lo que cree decir porque hay cierta sustancia en juego…una que robustece su ser ahí.
Nada más cierto que esa idea de que “cada quien es como es”, pero ¡ojo!, no hay nada natural en ello, para “ser lo que se es” se precisan magnos despliegues y es por esa misma razón que el “ser humano” puede transformarse con la palabra
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