ENVIDIA

¿Dónde ha quedado atrapado aquel, que día tras día mastica el amargor de la envidia?

Está claro que la envidia ha sido desde siempre una de las posibles vertientes del deseo. En
la envidia, es el apetito del ojo de quien mira, aquello que completa el valor de lo que ve.
Lo molesto, es que esa mirada sólo funciona cuando el que mira desaparece del cuadro,
destituyéndose de una de las especies más crueles de la felicidad.

Lacan no dudó en afirmar que implica el fracaso de la pulsión escópica, razón por la que el
que envidia pero no quiere envidiar, no deja de martirizarse por el hecho de padecer un
sentimiento inhumano.

Envidiar es suponer, suponer que otro goza con algo como si eso… lo completara.

Será envidia, pero no deja de ser la tarea de un genio, que de pronto y de la nada,
mediante uno de los mecanismos menos primorosos y más funcionales que existen, logra
pergeñar a la perfección, la relación de completud entre cierta persona y su objeto de goce.
Es de notar, que en este indiscutible arte el genio queda irremediablemente afuera,
totalmente excluido. ¿Cuál es su interés real? Si por esta suerte de arreglo, termina siendo
más valioso, hacer que la plenitud exista, que el hecho mismo de participar en una realidad
donde degustaría los bienes añorados, ¿no habría que reservar allí mismo una baldosa?…
cuando la realidad está impregnada de rincones que mueren por ser pisados…

Repárese, en que son este tipo de permisos, los que confieren a su estructura el carácter
neurótico.

Silvia Cossio Alexandre – Psicoanalista

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